Al nombre de un ave.


Canta el fuego en las estrellas,
dibuja luces en tu mirada.
Fueron pensamientos sin igual, hermosos, únicos. Y se me olvidaron, eso los hace memorables.
Y ahora ¿Cómo puedo hacer que este pequeño trozo de mí retorne si se ha marchado por su propia cuenta?

[I] Nubes, entre momentos:

Busco y rebusco entre llaves y cerrojos
la entrada perfecta a una mañana de verano,
del precioso cielo que entre haces de luz
romperán la niebla dejándote aparecer.

¿Es posible recordar lo escrito desde tal altura?
Ya no te escribiré, sólo esperaré, entre nubes.

Rasgando y pavimentando de índigo su piel,
el océano sucumbirá bajo tus alas, querida ave.
Pido clemencia. Clemencia por el cuerpo de mi preciado cielo,
que jamás de tus alas, podrá borrar las huellas.
Ven a mi lado, radiante golondrina. A tu corazón,
sólo le puedo prometer. Prometer estrellas y amaneceres
a los que nunca has podido cantar.

Pienso en el tiempo. El tiempo que he vetado de mi garganta,
lo que he prohibido hablar. Pero escapa de mi paladar. Y vuela.
Han volado nuestras horas, y los años.
Nostalgia es lo que me aplasta como un rayo en una tormenta,
nostalgia de las palabra que han quedado en algún lugar,
y que de pronto, se harán carne y hueso.

¿Puedes tan sólo comprender desde tal distancia?
Ya no son años, querida. Son días, horas, minutos.
Y por mucho que extrañe, el negro sobre el blanco del papel,
no nos queda momento alguno de espera entre palabras.

[II] Ocaso:

Regocijándome en tu mirada,
aún desconocida, e ineludible,
te oigo a lo lejos, querida.
Lanzando versos, al viento
y a nuestras memorias,
a través de mis frías noches
de invierno, sigo mancillando blancas
e inocentes hojas de papel.
Ya lo sabes, sólo te escribiré.

Camino lentamente por las huellas que 
aún no han sido marcadas, contemplando.
Agonizo trágicamente en
las negras y suaves sábanas del ocaso,
para renacer entre las dulces y amables
manos de la primavera, aún solitaria.
Enciendo un cigarrillo a la luz
de la luna, meditando sobre lo negro
que puede llegar a ser el universo,
pero fascinándome por lo brillante que
pueden llegar a ser sus destellos,
recibiendo toda mi carne entre sus
brazos, tragando toda la inmundicia
que podemos llegar a acumular en
nuestro interior, y entonces río.

Río del nerviosismo que me produce el
estar vivo entre los vivos, río
por el dulce sabor de la existencia misma,
río a carcajadas mientras comienza a llover
sobre mi rostro, apagando mi cigarrillo,
sintiéndome como un estúpido mojándose
en medio de la nada, pero dichoso por
ser sólo agua del agua que nos ahoga mientras
paseamos libremente por tierra.

Ahora lo sabes. Sabes que te escribiré
sólo para agotar el tiempo que separa
las huellas aún no pisadas —que ahora contemplo—
de tus pies en la arena de una playa inhabitada.
Sabes que podría escribirte durante el
resto de mis lunas, para tu despertar, y para mi dormir.
Debes saber que derramaría tinta sobre papel hasta
que el último trozo de existencia en la carne
de mis dedos dejase de estar unido a mis huesos.

Cuando al fin cesa la lluvia, el frío palidece
el campo de hierba a mi alrededor, y
suaves gotas de rocío se depositan sobre mi piel
dejando entrever el brillo de mi observación.
Preciosas luciérnagas anuncian una llegada,
la llegada de una nueva estación,
los gorriones salen de sus nidos en los ciruelos,
y los zorzales gorgoritean armónicos desde
sus posiciones en una ensenada.
Yo sigo ahí, riendo embriagado,
entre cánticos y danzas atolondradas,
pensando en los versos de una próxima noche,
extasiado por aullidos caninos a la distancia.

Cariño, la luna ya se ha ido,
el sol yace a sus pies, triunfante entre
gritos de batalla, derramando sus primeros
haces de luz. Pero el agua sigue en mí,
furiosa y desatando una tempestad, escribiendo
y esperando el calor que pueda disiparla.

[III] Tempestad:

Otra vez la lluvia, esclava de tu piel,
pudorosa con razón.
Reina de los creyentes; es otro planeta
de manos y clemencia, de hacer y no tratar.
Despiértame, compañera. Levántame cuando esté cazado,
átame hacia la esclavitud, hacia el temor.
Lanza fuego sobre mis cadenas, enciérrame
para jamás poder huir de tu templo.
Miente y engáñame, déjame conocer la ira,
arrebátame la comodidad del ensueño,
sólo así nunca olvidaré.
Otra vez seremos, dominio de lo indominable, 
de nosotros mismos, historias en un estante
petrificado, perpetuado en alguna tempestad.
Oblígame a contarte lo que sólo las paredes saben,
fuerza mi garganta y extirpa palabras
encarnadas en mi memoria, destinadas al pasado.
Existen motivos esta noche, existen vértigos
en mi interior.
Lo conquistado se rebela ante mí, compañera. Oscuras y
espesas aguas me hunden en un manto de consternación,
como si quisiesen recuperar lo que les he arrebatado.
Nos quitan el dolor y muestran hechos, lo que pecamos.
Es otra vez la lluvia, retirando tu sudor,
enfriando el dulce pudor que yo había captado.
Ahora sólo el blanco campo en tu piel es lo que veo,
virgen, resaltado por horribles grietas de batallas
en las que ambos hemos ganado.
Libertad, tocan las campanas, las puertas del templo,
las puertas que yo sellé, se derrumban ante mis ojos y
mis músculos se agotan cada vez más, sosteniendo el peso
de las cadenas que quiero mantener.
Llévame, colgado a tu gloria,
sólo así nunca olvidaré.


[IV] Deseos:

Deseos. Deseos de sentir, de mirar.
De no escucharte, de conocer.
Ansias de solemnes susurros,
de melodías oscuras y eternas.
Ansias de más, ansias de todo.
De abrazarte y abrirnos paso,
de caminar y desaparecer a través de
la gélida niebla matinal de verano.
Deseos de trenzar caminos,
de marcar nuestras huellas, y
perpetuar eternamente nuestras
memorias en donde no hay recuerdo.

Congelémonos por un instante,
juntos, mirando el horizonte.
Congelémonos descubriendo la inmensidad,
amando lo inamovible, lo real.
Solamente escuchando los latidos,
de la tierra, y de nuestra vida,
del mar, y del viento.

Deseos, deseos de contemplar,
de mirar al Este y enseñarte una
nueva perspectiva del Sol,
de despertar en tus reflejos,
y aclamar una nueva estrella.
Deseos de suspendernos entre
el tiempo y nuestros sentimientos,
de pertenecer a lo primigenio,
y temer juntos a la noche,
refugiándonos en la vehemencia de
un fuego inimitable, durmiendo,
deseando.

Congelémonos para siempre,
solos, en un momento inmortal.
Congelémonos entre las estelas
del destino y las inclemencias del
océano, recitando nuestras ansias de querer.
Cerremos nuestros ojos,
y escuchemos el mar, sólo deseando.

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